Que
Jung ideara el concepto de la sincronicidad en colaboración con el físico
Wolfgang Pauli, ganador del Premio Nobel y paciente de Jung, es apropiado,
puesto que en el fondo la sincronicidad no es meramente un concepto
psicológico, sino psicofísico y psicoide. Se trata de una posible teoría
integral con la que se puede explicar la relación entre la conciencia (o el
espíritu) y la materia desde una perspectiva que trasciende el pensamiento
dualista y el reduccionismo cientificista. Como sabemos, la física cuántica ha
debido lidiar con el problema de la observación o el hecho de que los fenómenos
materiales a nivel subatómico no parecen existir de manera independiente de su
medición u observación. Por ello se han producido interpretaciones que sugieren
una interdependencia entre el acto psíquico de observar y la materia. De aquí
que Jung sugiriera la posibilidad de que los psíquico y lo material fueran
manifestaciones de una misma realidad subyacente:
Ya que la psique y la materia están contenidas
en uno y el mismo mundo, y más aún están en constante contacto entre sí y
finalmente tienen como soporte factores trascendentes e irrepresentables, no es
sólo posible sino incluso altamente probable que la psique y la materia sean
sólo dos aspectos de una misma cosa. (Obras Completas, Volumen 8, párrafo 418)
Esta
unidad psicofísica fue llamada por Jung, usando el término del alquimista
Gerhard Dorn, el unus mundi. Estos factores trascendentes e irrepresentables
son el inconsciente con sus arquetipos y el átomo o las partículas subatómicas
(en el sentido de que estas partículas son indeterminadas, como dijera
Heisenberg, no son cosas, son probabilidades o potenciales). Vivimos en un
mundo paradójico, donde nuestros constituyentes básicos yacen más allá de
nuestro alcance y sin embargo los podemos conocer indirectamente a través de
sus efectos: el colapso de la función de onda, la proyección de la sombra, etc.
Otra colaboración entre un físico y un hombre ligado a la espiritualidad, entre
David Bohm y Jiddu Krishnamurti, consolidaría el concepto similar de la
totalidad implicada o el holomovimiento. De nuevo, un substrato trascendente
unitario del cual emerge el mundo de la realidad manifiesta diferenciada.
La
sincronicidad se ha convertido en un concepto altamente popular -a veces de
formas que no le hacen justicia dentro de la espiritualidad new age- puesto que
apela a una intuición y a un deseo que es compartido por gran parte de la
humanidad. Esto es, la noción de que el mundo tiene sentido y que nuestros
pensamientos y estados mentales no están separados del mundo exterior físico e
incluso llegan a resonar y a aparecer como eventos externos. La fantasía de que
en nosotros existe cierta creatividad luminosa, no del todo lejana a lo divino.
Podemos decir que de no haberse creado por Jung, hubiera sido necesario
inventar el concepto de sincronicidad. Aunque éste sea en varios aspectos sólo
una versión más moderna -formulada en un lenguaje preciso que se acerca a la
ciencia- del pensamiento analógico de la antigüedad, de la doctrina de las
signaturas y las correspondencias. Como expresa el adagio hermético: como es
arriba, es abajo; la sincronicidad parece expresar: como es adentro, es afuera.
O al menos ciertos momentos de alto significado e intensidad logran irrumpir
con fuerza luminosa y disuelven la frontera que separa lo interno de lo
externo, lo psíquico de lo material. Por supuesto, la ciencia no toma las
sincronicidades -coincidencias significativas a causales- como fenómenos
objetivamente reales, los descarta como sugestiones psicológicas, confusiones y
proyecciones de sentido, como la llamada pareidolia. Pero estas explicaciones
no quitan la sensación de significado, propósito y numinosidad que dicha
experiencia provee en el individuo. Sea invalida para la ciencia su experiencia
o no, el individuo se alimenta del carácter subjetivo y esto es lo que moldea
su vida y le permite encontrar propósito y motivación. La racionalidad moderna
no ha podido despojar al universo de la necesidad de experimentar el mundo con
una cierta dosis de magia, y esto no necesariamente está limitado a lo
paranormal o a lo religioso, las personas suelen creer que sucesos como
encuentros amorosos, oportunidades de trabajo y demás ocurren bajo misteriosos
principios de atracción, predestinación o intención. Joseph Conrad expresó esta
noción demasiado humana cuando dijo "es la marca de un hombre de poca
experiencia no creer en la suerte". La racionalidad moderna no es capaz de
tapar estos intersticios por donde las fuerzas mágicas y caóticas invaden la
psique. Y es que la misma microfísica da cabida para la acausalidad y el
indeterminismo en sus teorías. Esta hendidura de lo acausal, de lo
indeterminado, es de alguna manera también el espacio para lo mágico y
misterioso, el conducto numinoso por el cual el constructo inexorable de la
realidad mecanicista se ve invadida y subvertida por un demonio o un dios. Es
esta la "fantasmagórica acción a distancia" que Einstein aborrecía
pero que nadie ha logrado exorcizar del impoluto edificio de la ciencia.
La
experiencia de sincronicidad, valga la redundancia, es dadora de sentido. Esto
es lo fundamental. En un mundo que es caracterizado por la pérdida de sentido,
estos rescoldos de pensamiento mágico son vitales, son los jirones de los cuales
se agarran las personas para no perecer en un mar mecánico de inerte desolación
e impotencia. La sincronicidad da sentido, como mencionamos ya, pues sugiere
que lo que estamos pensando y viviendo en nuestra psique no es un
insignificante y estéril soliloquio: la naturaleza responde -está viva y rebosa
de sentido, es un símbolo del espíritu como notó Emerson. Existe articulación,
conexión verdadera, ecos íntimos entre los hombres y las piedras y las
plantas.... Y esto revela, entonces, que el cielo y la ciudad en la que se
representan los signos de nuestros pensamientos y deseos, deben también de
estar dentro de nosotros. Un firmamento interno, como dijo bellamente el
alquimista suizo Paracelso, y un mundo afuera capaz de acomodar a los
arquetipos, de recibir la encarnación del pensamiento. El gran maestro
neoplatónico Plotino en sus visiones experimentó la sincronicidad como una gran
sinfonía:
Las estrellas son como letras que se
inscriben a cada momento en el cielo. En el mundo todo está lleno de signos.
Todos los acontecimientos están coordinados. Todas las cosas dependen de todas
las demás. Tal como se ha dicho: todo respira junto.
El
profesor Stephan Hoeller, relatando el famoso evento en el que un escarabajo
dorado apareció en la ventana al momento en el que un paciente le relataba a
Jung su sueño con un escarabajo dorado, dice lo siguiente: "el evento
interno (el sueño) fue fortalecido y
cobró un foco significativo a través del evento externo (el insecto en
la ventana)." La sincronicidad parece decirnos que nuestros sueños e
imaginaciones son reales, que pueden brotar al mundo externo y así legitimarse
y vitalizarse más allá de la mera elucubración. En una época en la que la
fantasía y la subjetividad son vilipendiadas, necesitamos una confirmación
externa de que hay cierta potencia y eficacia en nuestras imágenes y deseos
profundos. La sincronicidad nos parece decir que realmente tenemos en el fondo
de nuestra psique un tesoro enterrado, lleno de gemas preciosas que pueden
salir a la superficie y brillar a la luz del sol (que es la conciencia).
Finalmente, el sentido de la sincronicidad, que Jung entiende como la
manifestación visible de un arquetipo -y por lo tanto como la posibilidad de
hacer consciente dicho arquetipo-, es una constelación de la mente consciente o
ego con el inconsciente y ese arquetipo central que es el Sí mismo (Self,
Atman). En otras palabras, al borrar por un momento la barrera entre materia y
espíritu, entre afuera y adentro, la sincronicidad nos da un atisbo de la
totalidad dinámica del ser (wholeness). El sentido lo es tal, en su más alta
acepción, porque elimina la conciencia de alienación; el sentido es
integración, es entre-tejernos en una alfombra de símbolos vivientes, en el
(psychic) spacetime continuum. Richard Wilhelm, el erudito traductor de textos
chinos, gran amigo de Jung, tradujo el Tao como "el sentido" (Sinn,
en alemán). Herbert Guenther, traductor de textos budistas, ha traducido
"dharma" como "meaning", también "sentido". Es posible que aquello irrepresentable y
trascendente, lo absoluto, el Pleroma, En Sof, Brahman, Dharmakaya, aparezca y
se haga conocido en el ser humano meramente en el sentido. Dios no sólo
geometriza, como dijo Platón, Dios se simboliza en el hombre. Sentido y
significado, tanto una sensación vital de propósito, de sendero y misterio por
recorrer y pertenencia en el misterio, como una profusión simbólica, un vínculo
con algo más allá de lo aparente que se expresa través de la belleza y el
secreto, engranajes del axis antropocósmico y teándrico, gran máquina epifánica
que rasga el velo de Maya y muestra el vórtice donde se celebra la eterna unión
entre el rayo y el loto, entre la serpiente y la paloma, entre el azufre y el
mercurio, entre la rosa y la cruz, entre el cielo y la tierra y todos los pares
de opuestos cuya unión simboliza la integración del todo en la conciencia. La
experiencia de sentido es la unidad de Eros y Logos: la vitalidad (el arte, el
deseo y la conexión) y el entendimiento (el orden y el intelecto), Upaya y
Prajna, Shakti y Shiva. En la sincronicidad se revela una armonía mundi.
La psique que anima y la physis que es
animada son solo dos gloriosos peones en el numinoso tablero de ajedrez
trascendental del sentido autosubsistente, movidos por poderes insondables e
innombrables que residen en el estado del Pleroma de la totalidad del ser. (Stephan Hoeller)
* Citas tomadas de The Gnostic Jung
Recuperado de: Gallardo Martínez Alejandro, @alepholo