La mayoría
de la gente está condicionada a la sociedad a la que pertenece, a tener
etiqueta a todo lo que nos rodea, es decir, cuando vemos fijamente un carro,
inmediatamente lo etiquetamos como tal, sin tener presente que está compuesto
por más elementos. Pues en realidad ninguna de esas otras partes se les puede
llamar carro, en realidad fue solo un nombre que aplicábamos a un fenómeno que
surge y se disuelve rápidamente y que produce la ilusión de algo definitivo o
absolutamente real.
Así
mismo, la mayoría de nosotros fuimos entrenados para relacionar la palabra YO a
una cadena de experiencias que confirman nuestro sentido personal de nosotros mismos
o lo que se llama “ego”. Tendemos a sentir que somos las mismas personas que éramos
ayer.
Si
nos vemos en un espejo, podemos ver que este YO cambió a lo largo de los años.
Tal vez podamos ver arrugas, canas, un poco de peso, usemos gafas, cabello de
otro color, así por el estilo.
En un
nivel molecular básico, las células en nuestros cuerpos cambian, a medida que
las células viejas mueren, se generan otras nuevas. Así la analogía del carro,
como este está compuesto de varias cosas, nosotros también (piernas, brazos,
cabeza, órganos.) Así, a medida que contemplamos la gran cantidad de variedades
que pueden unirse para producir algo en específico, nuestro apego a ese YO que
creemos que somos, comienza a deshacerse. Al hacer esto, retomamos la
perspectiva inocente que la mayoría de nosotros conocía en la infancia,
nuestros corazón se empieza a abrir a los demás, nos volvemos mejores oyentes,
somos más conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor y somos capaces de
reaccionar de mejor manera a situaciones que solían preocuparnos o confundirnos.
Poco
a poco, nos vamos despertando con un espíritu más libre y afectuoso, con el que
jamás soñamos. Pero es necesario tener mucha paciencia para empezar a ver
dichos cambios.
Recuperado de: Rinpoche
Mingyur, La alegría de vivir