La mayoría
de nosotros creemos que el amor y el apego significan lo mismo. Pero necesitamos
comprender que el apego es nuestra parte necesitada, neurótica e insatisfecha
que anhela por alguien allá afuera, creyendo que cuando llegue ese alguien,
estaremos felices.
El
amor, por otro lado, se refiere a una parte altruista de nuestro ser – una conexión
con los demás-. Deseo de que sean felices, y deleitarse con su bienestar.
Tenemos estos dos, por supuesto, pero es difícil ver la diferencia. Ellos son como leche y agua
mezcladas. Si hay alguna alegría en nuestra relación, es a causa del amor. Si hay
rabia, dolor, envidia, y todo lo demás, es el resultado del apego. Pero es tan difícil
verlo.
El apego
es una palabra tan simple, pero multifacética. En el nivel más fundamental, es
aquel sentimiento de carencia dentro de nosotros; esa creencia que de alguna
manera no soy suficiente, no tengo y no importa lo que hago o lo que tengo,
nunca es suficiente.
Entonces,
como estamos tan convencidos de que eso es verdad, nosotros anhelamos a alguien
por ahí y cuando encontramos a alguien que acciona nuestros buenos
sentimientos, nos apegamos a la idea de ti para mí, convencidos que van a llenar nuestras necesidades y hacer verdaderamente
felices y contentos. Nosotros asumimos que ellos son nuestra posesión, casi una
extensión de quienes somos.
El apego dice: te amo, así
que quiero que me haga feliz. Y el amor genuino dice: te amo, por eso quiero
que seas feliz. ¡Si eso me incluye, genial! Si no me incluye, solo quiero su
felicidad. Sabes, el apego es como agarrar con bastante fuerza. Pero el amor
genuino es como sostener con mucha gentileza, nutriendo, pero dejando que las
cosas fluyan. No es quedarse atrapado con fuerza, pero es muy difícil para la
gente entender esto, porque ellas piensan que cuanto más se agarra a alguien, más
eso demuestra que ellas se preocupan con el otro.
Cualquier tipo de relación
en el que imaginamos que podemos ser llenados por el otro, será ciertamente muy
complicado. Cuanto más agarráramos al otro con fuerza, mas sufriremos”
- Jetsunma Tezin Palmo
El
hecho es que el apego, la rabia, los celos y cualquier otra emoción aflictiva
no estaban grabados en piedra; son viejos hábitos, y sabemos que podemos
cambiarlos. El primer paso es tener la certeza de que, conociendo bien nuestras
propias mentes, podemos aprender a distinguir las varias emociones dentro de nosotros
y gradualmente, aprender a cambiarlas. El primer desafío implica realmente
creer que usted puede hacer eso. Y eso solo, ya es algo enorme – sin esa confianza,
estamos atrapados.
EL
siguiente paso, es dar un paso atrás en toda la conversación sin fin de nuestras
mentes. Una manera muy simple de hacer esto – es tan básico que es aburrido –
es, solo tomar unos minutos todas las mañanas, antes de comenzar nuestro día,
sentarse y enfocarse en algo. La respiración es un buen comienzo. No es nada
especial; no hay truco; no es algo místico. Es una técnica psicológica práctica.
Con determinación usted puede decidir tener atención plena en la respiración –
en la sensación de sus narices mientras usted inhala y exhala. En el momento en
que su mente divaga, traiga su foco de vuelta a la respiración. El objetivo no
es hacer que los pensamientos se vayan; pero no involucrarse con ellos, y
aprender a dejarlos ir y venir.
El
resultado a largo plazo de una técnica como
esta es una mente súper enfocada, y eso va
tomar tiempo. Pero el beneficio casi inmediato será que a medida que experimentamos
dar un paso atrás de todas las historias en nuestra cabeza, comenzamos a ser
objetivos sobre esas historias y lentamente empezamos a desentrañar y eventualmente
cambiarlas. Se dice que una de las señales de que vamos bien en la práctica es
tener la impresión de que cada vez estamos peor. Pero no lo estamos, estamos escuchando
las historias de forma clara y entonces podemos empezar a cambiarlas.
Recuperado de: texto traducido de Robina Courtin