Franz
Kafka se encuentra entre los grandes escritores del siglo XX, en especial
porque, como otros en su tiempo, mostró una nueva forma de hacer literatura,
sirvió como medio de expresión de la subjetividad de su época.
En
otro aspecto, Kafka pasó a la historia también por la leyenda que se formó en
torno a su persona. Quienes conozcan algunos detalles de su vida o se hayan
acercado a su obra, posiblemente tengan la idea de un hombre de salud
quebradiza, siempre sufriendo por alguna razón, capaz de imaginar escenas un
tanto siniestras u opresivas pero de todos modos elocuentes.
Parte
de esa leyenda también es el insomnio habitual que Kafka padeció, especialmente
en sus años de madurez y que, en su caso, es indisociable de la escritura. De
hecho, en un episodio que cuenta en sus diarios y sus críticos y estudiosos
citan de tanto en tanto, el primer cuento que Kafka escribió y que encontró
verdaderamente literario fue resultado de una noche pasada en vela, escribiendo
incesantemente, y de la cual emergió también entre lágrimas, temblores y quizá
alguna hemorragia nasal menor.
La
escena puede parecer exagerada, pero además de que no es la única en las
referencias sobre su vida, una investigación reciente ha puesto de nuevo a
discusión la utilidad que la imposibilidad para dormir reportó a Kafka en
términos literarios.
En
particular, los investigadores Antonio Perciaccante y Alessia Coralli
publicaron en la revista The Lancet Neurology un artículo sobre el
efecto del insomnio y la parasomnia en la obra creativa de Kafka.
Entre
sus observaciones, Perciaccante y Coralli se detienen con especial atención en
el efecto un tanto hipnótico o alucinatorio que la privación de sueño pudo
generar en Kafka, mismo que se transformó en algunas de las “visiones” que
pueblan sus escritos. Por la manera en que Kafka habló de su dificultad para
dormir (especialmente en sus cartas y sus diarios), los investigadores creen
que el autor checo encontró una inesperada fuente de expresión y creatividad en
ese instante específico en que el sueño parece sobrevenir sobre nosotros, esa
frontera un tanto vaga entre la realidad de la vida diurna y la vida onírica,
entre la conciencia y la pérdida de esta y en la cual pueden llegar a surgir
algunos de los pensamientos más sorprendentes. Según Perciaccante y Coralli,
Kafka encontró la forma de mantenerse ahí, de sostener ese estado ambiguo entre
vigilia y sueño y usarlo para escribir. En una entrada en su diario del 2 de
octubre de 1911, escribió:
Noche
de insomnio. Es ya la tercera de la serie. Me duermo bien, pero una hora
después me despierto como si hubiese metido la cabeza en un agujero equivocado.
Estoy totalmente desvelado, tengo la sensación de no haber dormido nada o de
haberlo hecho sólo bajo una fina membrana; de nuevo veo ante mí el trabajo de
volver a dormirme y me siento rechazado por el sueño. Y desde este instante
hasta cerca de las cinco, transcurre toda la noche en un estado en el que
realmente duermo, pero a la vez me mantienen despierto unos sueños de gran
intensidad. Duermo literalmente junto a mí, mientras yo mismo tengo que andar a
golpes con los sueños. Hacia las cinco, se ha consumido el último rastro de
somnolencia, y ya sólo sueño, lo que resulta más fatigoso que estar en vela. En
resumen, me paso toda la noche en el estado en que se encuentra una persona
sana unos breves instantes, antes de dormirse realmente. Cuando me despierto,
todos los sueños se han congregado en torno a mí, pero evito pasarles revista
en mi memoria. […]
Creo
que este insomnio se debe únicamente a que escribo. Ya que, por poco y por mal
que escriba, estas pequeñas conmociones me sensibilizan; especialmente al caer
la noche, y más aún por la mañana, el soplo, la inmediata posibilidad de
estados más importantes, más desgarradores, que podrían capacitarme para
cualquier cosa, y luego, en medio del fragor general que hay en mi interior y
al que no tengo tiempo de dar órdenes, no encuentro reposo.
Y un
par de días después:
Por
otra parte, anoche me insensibilicé intencionadamente, salí de paseo, leí a
Dickens, luego me sentí algo mejor y había perdido la energía para la tristeza,
una tristeza que consideraba justificada, aunque también me parecía verla algo
más apartada de mí; ello me daba la esperanza de dormir mejor. Efectivamente,
el sueño fue un poco más profundo, pero no suficiente, y menudearon las
interrupciones. Para consolarme, me dije que, de hecho, había vuelto a reprimir
la gran agitación que hubo en mí; que sin embargo, no quería abandonarme, como
me había ocurrido siempre después de semejantes períodos, sino que quería
permanecer consciente de los últimos vestigios de aquella agitación, lo que
anteriormente no había hecho nunca. Tal vez así pudiera hallar en mi interior
una firmeza oculta.
¿Fue
el insomnio una extraña manifestación de esa “firmeza oculta” que buscaba
Kafka?
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